El Aleph



“El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y vi la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mi como en un espejo (...)

Temí que no quedara una sola cosa capaz de sorprenderme, temí que no me abandonara jamás la impresión de volver”.

Jorge Luis Borges, El Aleph.

EL SUJETO ESCINDIDO

Hablo de mi cuerpo, pero mi cuerpo no es yo.
Hablo de mi vida, pero mi vida no es yo.
Hablo de mis sentimientos, pero mis sentimientos no son yo.
Hablo de mis pensamientos, pero mis pensamientos no son yo.
Hablo, incluso, de mi alma, pero mi alma no es yo.

Tengo un cuerpo, un cerebro, tengo vida y memoria, tengo ideas, sentimientos, imaginación y alma. Todo son "cosas" o "propiedades" mías. Por lo tanto, en tanto que son "mías", no son "yo", están separadas de mi, pero entonces, ¿dónde estoy yo? ¿Quién es ese sujeto que "posee" todas esas cualidades? ¿Qué digo cuándo digo "yo"? ¿Qué es yo?

CAMPAÑA CONTRA EL MALTRATO


Siempre me ha sorprendido que existan mensajes equívocos, inadecuadamente ambiguos o directamente fallidos en el mundo de la publicidad. Al tratarse de textos tan estudiados, que necesitan captar la atención del receptor de una manera precisa, con pocas palabras, uno podría pensar que el nivel de concisión debería ser igual al de un poema, algo en lo que forma y fondo se acoplen para crear un texto sin fisuras de ningún tipo. Muchas veces, sin embargo, los publicistas cometen errores que hacen que sus mensajes, analizados en profundidad, lleguen ser autocontradictorios. Voy a intentar explicar por qué me parece que la última campaña gubernamental contra la así llamada violencia de género es uno de estos casos.

Ante todo, hay que tener en cuenta que el emisor es el Gobierno, la voz de la autoridad. He ahí el logo del Ministerio para no dejar lugar a dudas. No hay, por tanto, un fin directamente económico, sino más bien (y permitiéndome ser un poco malpensado) una voluntad de justificarse moralmente ante la ciudadanía, de posicionarse como la voz de lo políticamente correcto. De alguna forma, en efecto, este tipo de campañas gubernamentales certifican oficialmente en qué lugar se halla lo políticamente correcto en el presente.

Obviaré la imagen y me centraré en el leit motiv: "Cuando maltratas a una mujer, dejas de ser un hombre". Lo primero que podemos observar es que se trata de una frase dirigida al potencial (o efectivo) maltratador, una especie de advertencia o amonestación. Podemos ver en ella la intención de tocar el orgullo, de poner el dedo en la llaga de ese individuo capaz de pegar a su mujer. Hay, por tanto, un acercamiento por parte del emisor hacia el lenguaje y los valores del criminal en potencia. La idea central aquí, el juego de seducción, que en este caso es más bien un juego de disuasión, está en la posibilidad de dejar "de ser un hombre". Se vincula la violencia a la pérdida de un determinado status, el de "hombre".

El núcleo del mensaje y la problemática que en el encontramos se halla, por tanto, en el concepto de "hombre" utilizado aquí. No es la definición científica y moderna de "hombre" como simplemente "macho de la especie humana", sino de un idea de "hombre" como status, una condición a la que se puede llegar pero que también se puede perder, algo que hay que ganarse con el comportamiento. Esta idea vehiculada aquí en la palabra "hombre" pertenece a un sistema de creencias y valores obsoleto. Pertenece, precisamente, a un estadio cultural en la que la violencia hacia la mujer no era ningún problema social y en el que ni siquiera estaba mal vista en muchos casos. La sintaxis traiciona a la semántica nuevamente.

¿Qué se supone, según el Gobierno, que es un "hombre"? ¿Solo existen hombres pacíficos? ¿Un hombre violento, un criminal, no es un HOMBRE? Si ser "hombre" es una posición que hay que ganarse, ¿qué es, entonces, ser "mujer"? ¿Y qué diferencias, más allá de lo biológico, debería haber entre ser HOMBRE y ser MUJER? Queda claro el emisor se ha metido en un terreno pantanoso.

La única definición de "hombre" éticamente coherente y sintácticamente compatible con el mensaje y la intención del emisor sería la biológica-científica, que es la única definición real y verdadera hoy en día, pero leído de esa forma, el leit motiv cae en el absurdo. (Seguramente el mensaje se podría salvar de alguna forma utilizando la idea de "persona", "dejas de ser persona", aunque la frase pierde gran parte de su pretendida fuerza).

Se puede argumentar que el emisor puede haber indulgido a propósito para entrar dentro del sistema de valores del receptor, pero esto no se sostiene teniendo en cuenta que el emisor, en este caso, es la voz de la corrección política. El Gobierno no puede manejar un lenguaje machista obsoleto ni siquiera con la excusa de ser más persuasivo, puesto que la necesidad de dar ejemplo, de ser didáctico y no salirse de lo que se supone que es correcto y aceptable es la regla que debería prevalecer. No se puede ser machista para luchar contra el machismo. Ante la incoherencia, tolerancia cero.

"Demostrado científicamente".


No hay semana en que no nos encontremos en los diarios o, especialmente, en los suplementos dominicales, algún artículo o noticia que relaciona la psicología con hallazgos biológicos o médico-científicos. Me refiero a titulares del tipo: “Se descubre el gen que CAUSA el enamoramiento”, o “Un grupo de científicos hallan la zona del cerebro RESPONSABLE de la creatividad”. Estos avances científicos son sin duda muy positivos y su divulgación es necesaria, pero hay un mensaje subyacente en la articulación de estas piezas de información que pone de manifiesto una idea central de la psique de nuestra era.

Titulares del tipo de los que he escrito arriba sorprenden en primer lugar por establecer una relación causal o identitaria entre un hecho o ente positivo (“los genes”, “los procesos químicos”, “el cerebro”) y un concepto, una idea, perteneciente al mundo de lo negativo (“el amor”, “la creatividad”, “la maldad”). Estos hallazgos y esta manera de relatarlos suelen resultar seductores porque reducen a meros hechos físicos nociones que pueden parecer ambiguas o complicadas a mucha gente (precisamente porque, en tanto que ideas o nociones, no pertenecen al mundo de las cosas perceptibles a través de los sentidos). Nos vienen a decir, por ejemplo, que el amor ES una reacción química, o que la creatividad ESTÁ en un a determinada zona del cerebro. En principio parece algo sencillo, una reducción simplificadora, pero en realidad, lo que los comunicadores responsables de este tipo de noticias están poniendo en juego es una sintaxis absolutamente loca.

¿Cómo puede algo que no tiene ninguna cualidad física ocupar un espacio, estar en algún sitio? ¿Qué clase de lógica puede postular que un proceso químico fermente y resulte en un concepto, en una idea? Decir que la creatividad es o se origina en las conexiones neuronales es tan válido como decir que la ética es o se origina en un panecillo.

La razón científica, desde sus orígenes, no se ocupa del conocimiento profundo de las cosas, si no que se interesa por los hechos positivos y su manipulación. Es una razón instrumental, que sirve para clasificar y manejar ¡Y está muy bien que así sea! La ciencia se autoimpone unos límites necesarios para poder funcionar y avanzar. El problema viene cuando no conocemos u olvidamos esos límites y creemos que el conocimiento científico es el único conocimiento con legitimidad para hablar de lo que es real o verdadero y que toda otra apreciación pertenece a la subjetividad de los individuos y, por tanto, no puede aspirar a la verdad. “Esto está demostrado científicamente” es una de las frases que sirven de barrera pretendidamente infranqueable al pensamiento. Creer que la ciencia es la verdad es huir ante el pensamiento.

Me gustaría aclarar que no creo que el contenido de este tipo de descubrimientos sea equivocado, o que la ciencia no sea buena y necesaria. En absoluto. Pero el hecho de avanzar en el campo de la investigación médica o biológica hacia la manipulación externa de hechos positivos no nos va a revelar nada sobre realidades que pertenecen al reino de la negatividad. Podremos manejar, provocar reacciones, curar, tratar, etc. Cosas todas muy necesarias, pero que permanecen en el reino de lo positivo.

Mucha gente cree ser muy transgresora por decir que no somos más que el resultado de reacciones químicas, que realidades como, por ejemplo, el amor no son más que entelequias construidas alrededor de fenómenos biológicos observables y analizables. La propia crudeza de esos argumentos, lo desmitificadores que parecen ser, refuerza su adhesión a esas ideas. No se dan cuenta de que, en realidad, no tienen nada de desmitificadores: su postura ya forma parte de la inercia que mueve al mundo desde hace tiempo. Ahora, son los más esforzados portavoces de la ideología dominante. Su discurso y su sintaxis revela la cristalización de la lógica científica en la psique de nuestra era: el gran error de la identificación entre ciencia y verdad.


(Imagen: http://www.flickr.com/photos/dinosonic)

EL MUNDO AL REVÉS


Cuando creé este blog, sabía sobre qué quería escribir, pero no qué iba a decir de ello. Había (hay) ciertas cosas que recorren los medios, fenómenos que un día surgen, tendencias que se dan y que todo el mundo acepta como tal pero que producían en mi un espasmo de rechazo. Más allá de esto: una intuición de que en esos acontecimientos había algo oculto tras la superficialidad en la que ellos mismos pretendían quedarse, que tenían algo que decirnos sobre los tiempos que vivimos. El querer desmenuzarlos, entrar en ellos para ver de qué ideas estaban preñados, fue lo que me movió a empezar con la página.

De la misma forma, os puedo asegurar que he empezado a escribir cada texto sin saber a priori a qué conclusiones iba a llegar. Al menos parcialmente, ha sido la propia inercia de la indagación, la dinámica de la lógica interna de las ideas que he puesto sobre la mesa, lo que me ha llevado a las conclusiones. Conclusiones que son, en cualquier caso, propuestas, invitaciones a pensar más allá del lugar en el que yo me he quedado.

Lo curioso es que, en los tres textos que llevo escritos en esta página, he podido ver que ese movimiento lógico ha tenido un patrón común, ha llevado a los tres artículos a recorrer caminos paralelos. Este patrón es el de las ideas que contienen en sí mismas su propia contradicción. Unos abrazos que nos separan; un viajero que, en su viajar, hace realidad la idea del total inmovilismo; una imposibilidad de perderse físicamente que se revela como una absoluta pérdida en otro nivel. Por eso he decidido poner por título, finalmente, “El mundo al revés”.

Hay algo muy de verdad en esta dinámica, en esta paradoja de las ideas que, llevadas a su propio extremo, acaban convirtiéndose en lo contrario de lo que eran. Es una manera de pensar que abre nuevas dimensiones, siempre que uno se enfrente al qué de su indagación desde la frescura de la ausencia de pre-juicios y deje que sea ese qué, esa idea, la que genere su propio movimiento y de a luz un nuevo significado que integre y supere a la vez al primero.

The Trap


Tomaos un tiempo para ver este fabuloso documental en 3 partes: The Trap, de Adam Curtis, sobre la idea moderna de libertad individual. Cuando acabéis, seréis otro.

Google Earth y la generación "perdida".



En la contraportada de La Vanguardia del 9 de Marzo se publicaba una entrevista a uno de los fundadores del software público y gratuito Google Earth. La entrevista venía encabezada por el siguiente titular: “Somos la última generación que podía perderse”.
Esta afirmación tan contundente me hizo retomar el hilo mental de una reflexión que hace tiempo dio vueltas en mi cabeza.

En una lectura superficial, la frase puede parecer triunfal y tranquilizadora: el mundo ya no es un lugar inhóspito; estemos donde estemos, podemos ser localizados. En un sentido, efectivamente, hemos eliminado la posibilidad de perdernos, hemos conquistado la superficie terrestre en su totalidad, le hemos tomado la medida y la tenemos bajo control, monitorizada. Pero si vamos un poco más adentro, vemos que se ha dado una inversión en nuestra relación con el mundo (entendido también como planeta).

Antes, el hombre estaba, o mejor dicho, se sentía contenido dentro del mundo y sujeto a unas leyes que se explicaba a sí mismo en forma de mitos. Los límites de la Tierra eran abordados también a través de este tipo de narraciones, que convertían al mundo en un lugar con una delimitación concretada en una historia mítica, sagrada, e inalcanzable para el hombre.

Con el advenimiento de la modernidad y el positivismo, hubo un transvase de la verdad desde la religión, el arte y los mitos hacia la ciencia, que es hoy nuestra verdad. Este transvase preparó la psique para el boom de la tecnología en el que aún hoy vivimos. El afán por explorar y “conquistar” todo el planeta, que ya había comenzado con el descubrimiento de América por casualidad, experimentó una aceleración e intensificación que quedó grabada para la historia en una experiencia tan traumática y decisiva como el colonialismo.

Hoy, hemos llegado al punto en que el mundo está contenido dentro de la conciencia del hombre. Obviamente, a nivel efectivo aún estamos en la Tierra, pero si lo analizamos desde una perspectiva lógica, es la Tierra la que está contenida dentro de la conciencia humana por primera vez en la historia. El globo está rodeado de satélites que nos devuelven constantemente su imagen, filtrada a través de la tecnología. Es un proceso que empezó con el inicio de la cartografía pero que ha llegado a un punto culminante con el advenimiento del programa Google Earth y su difusión a través de la RED: cualquier persona puede ver cualquier lugar de la tierra sin ir allí. No solo tenemos el mundo dentro de nuestra conciencia a través de su explicación puramente positiva, o mediante una representación cartográfica, si no que hoy podemos ver el mundo a tiempo real (Lo importante, de todas formas, no es el hecho de poder ver el mundo, que es discutible desde el momento que es una visión totalmente mediada, sino el hecho de creernos que lo vemos en toda su dimensión y en su única realidad válida a través de estos medios, de que finalmente ya lo poseemos por haberlo "mapeado").

Esto también implica que ya no hay posibilidad de encontrar nada nuevo, nada insospechado, por mucho que viajemos a través de la Tierra. Todo está descubierto y controlado, cuando no visto y conocido antes de cualquier posibilidad de llegar allí efectivamente. Google Earth representa la certificación y la democratización (por utilizar un término muy actual) de la evidencia moderna de que no hay “más allá” en el más acá, de que el planeta está ya superado como entidad "con alma".

El cambio de mentalidad del cual esta inversión es producto y a la vez resultado es gigantesco. El límite ya no está imaginalmente en un lugar físico e inalcanzable, como en los mitos, o en cierto grado, cuando aún no se había explorado toda la Tierra y aún era posible el estremecimiento ante la idea de lo desconocido. Ya se fue a ese límite y se comprobó lo que había y lo que no había. El hombre de hoy está atrapado por su conciencia cientifizada en un mundo físico hecho de materia y nada más. Un mundo que ha quedado desmenuzado y reducido a su dimensión positiva y que nos empuja a un enfrentamiento crudo y directo con el vacío de saber que no encontraremos nada cualitativamente diferente por mucho que viajemos en el espacio físico, incluso más allá del planeta. Una certeza que, aún sin que lo hayamos advertido todavía, nos condena a mirarnos a nosotros mismos cara a cara y reconocernos como conciencia emancipada y sola en la infinitud del universo.

La afirmación “Somos la última generación que podía perderse”, ingenua y optimista, acaba mostrando su contradicción interna, pues ese no poder perderse se revela, en última instancia, como un estado de absoluta pérdida y soledad en un nivel superior.